LA TRIBUNA
De cornetas, tambores y otros ruidos urbanos
MANUEL CABALLERO-BONALD CAMPUZANO - MAGISTRADO
Hace pocos días salía a la luz mediática la decisión del Tribunal Supremo de condenar a la dueña de un pub de Barcelona por el ruido excesivo proveniente de su local, además de por un delito contra el medio ambiente, por tres delitos de lesiones, a la pena total de cinco años y medio de prisión. Tres años por el primer delito y seis meses por cada uno de los tres delitos de lesiones. Dicha sentencia venía a confirmar otra dictada por la Audiencia Provincial de Barcelona, de 2 de enero de 2009, en el mismo sentido. La novedad no es la condena por ruido excesivo, ya que hay numerosos casos de condena por delito contra el medio ambiente amparados en tales excesos acústicos, la novedad es que el Tribunal Supremo, además de considerar que estamos ante un delito contra el medio ambiente, estima que concurre un delito o delitos de lesiones por los quebrantos físicos y,-especialmente-, psíquicos ocasionados a los vecinos perjudicados por la bronca sonora.
La denominada contaminación acústica produce mermas auditivas, hipertensión, insomnio, irritabilidad, vértigos, dolores de cabeza, depresión. y una irrefrenable pérdida de la confianza en la paz vecinal y urbana que todos vemos ya como algo prácticamente inalcanzable. También en Málaga y en España, pues, según la Organización Mundial de la Salud, el 70% de los españoles sufre niveles de ruido inaceptables, y nos corresponde la satisfacción de ser el país más ruidoso de Europa y el segundo del mundo, sólo superados por Japón. Me da la impresión de que en el país del sol naciente el ruido es más industrial y fabril que aquí, ya que el nuestro es un ruido diferente y autóctono, derivado de nuestra tradicional afición a la fiesta y al jolgorio que tan bien supo plasmar Antonio Machado (ya saben: pubs, salas de fiestas, botellones, verbenas, fiestas populares de todo pelaje , manifestaciones de protesta estridentes, coches-discotecas.).
Dice el Tribunal Supremo, apartándose de la tendencia judicial irrefrenable a retorcer el lenguaje como rango impostado de solemnidad, que hay que respetar 'el derecho a ser dejado en paz' o el 'derecho a la soledad, a la tranquilidad y a la paz familiar', por lo que debe protegerse a los ciudadanos frente a las emisiones sonoras, ordenando el cese de actividades, precinto de locales, indemnización de perjuicios y, en última instancia, condenando a los responsables como autores de un delito contra el medio ambiente y, ahora y además, de un delito de lesiones.
El ruido nos acompaña desde que nos levantamos, pero tan enojoso vecino se convierte en obsesión y veneno psíquico y físico en determinados supuestos extremos. Ahí están los vecinos del edificio Ipanema de Torre del Mar, en el entorno de la zona del Copo, centro neurálgico de la movida de dicha localidad, que consiguieron la condena judicial del Ayuntamiento de Vélez-Málaga a pagar una indemnización de 2.812.680 euros por daños y perjuicios ocasionados por el ruido, a razón de 156.000 euros para cada uno de los 18 vecinos que reclamaron; los vecinos de Puerto Marina, reunidos en una asociación de 'Vecinos Independientes Contra el Ruido' o los del Centro antiguo de Málaga por los ruidos soportados en zonas como Plaza Mitjana, calle Comedias o calle Beatas, centros neurálgicos de este mapa de ruidos malagueño.
Los ayuntamientos están obligados a garantizar, dentro de unos determinados niveles de sonoridad reglamentariamente definidos, la tranquilidad acústica de los habitantes de sus ciudades, dictando con tal fin los correspondientes reglamentos y ordenanzas. En Málaga contamos desde hace más de un año con una para la prevención y control de ruidos, que contempla sanciones económicas de hasta 300.000 euros para las infracciones más graves. No obstante, su cumplimiento choca con determinados obstáculos más o menos insalvables. Uno de los principales: la irreductible negativa de algunos colectivos a admitir que sus elevadas inmisiones sonoras puedan ser calificadas como 'contaminación acústica' y, menos aún, con el despectivo término de 'ruido'. Imposible convencer a un aficionado a la música clásica de que escuchar a Beethoven , a volumen casi brutal, pueda ser calificado como ruido. Ya lo decía José Hierro en su poema Beethoven ante el televisor «...Nos sentamos ante el televisor./escuchamos el golpe de la batuta/sobre el atril. Silencio/ y la orquesta rugió./ Entonces Ludwig van Beethoven/ se levantó y apagó el sonido./ ahora sí que el silencio era absoluto. ..»Y qué decir de las bandas de trompetas y tambores de nuestra Semana Santa, algunas convencidas de su inmunidad popular y administrativa, bajo el estandarte de «sin bandas no hay Semana Santa». Imposible explicar a estos melómanos que, aunque parezca mentira, hay vecinos que no comparten su pasión por la clásica y por la Semana Santa y sobre todo, que no la comparten con tapones en los oídos y, a veces, sin pegar ojo.
Hace apenas un año tuve ocasión de visitar la localidad de Casares por motivos profesionales. Tras una agradable comida, la 'comitiva judicial' se desplazó al recinto del Castillo, en cuyo interior, como una isla de cal y flores, hay un pequeño y coqueto cementerio que, según me explicaron mis anfitriones, los vecinos se encargan de cuidar minuciosamente, encalando los nichos, renovando ramos y limpiando y acicalando sus escasas y estrechas calles. Allí me convencí de que los que pretendemos un real respeto del derecho a ser dejados en paz y del derecho a la tranquilidad sonora,-en palabras sorprendentemente cristalinas del Tribunal Supremo-, deberemos reunirnos en los cementerios, aún a riesgo de ser tachados de raros o 'frikis', no ya como integrantes de las distintas asociaciones de amigos de cementerios que proliferan por el mundo, desde el impresionante cementerio de Pere Lachaise de Paris, el más visitado de todos,-por los vivos pues parece que para los muertos ya no hay sitio-, hasta nuestro malagueño cementerio de San Miguel, sino contemplados como reductos últimos de un silencio creador e imprescindible, que ya casi no es posible en las ciudades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario