20 Minutos – 20-07-09
España es el país más ruidoso de Europa. Sirenas en las calles, motocicletas, coches, aviones, máquinas, estridente música ambiente pero, sobre todo, gritos, muchos gritos. No lo podemos evitar, somos los más gritones del continente, forma parte de nuestra manera de ser.
Hagan la prueba. Salgan al extranjero, monten en un autobús lleno de gente y cierren por un momento los ojos. Les parecerá que viajan solos. Inténtelo en nuestro país y verán que es justo al contrario. Una algarabía. Nos juntamos cuatro a hablar y parecemos un centenar. Si encima estamos escuchando música en el mp3 o recibimos una llamada por el móvil, el umbral de decibelios máximos emitidos se dispara al infinito.
Sí, de acuerdo, estamos generalizando, son puros estereotipos, aunque puede que con una importante base de razón. Al menos así lo piensan en muchos países, donde cuando oyen un bullicioso grupo de gritones ya los identifican instintivamente como españoles.
Sabemos que la contaminación acústica nos altera, incluso nos provoca enfermedades. Pero no somos consciente de que muchas veces la culpa es exclusivamente nuestra y de nadie más. Es algo cultural, muy probablemente nuestro principal hecho diferenciador.
Recientemente, paseando por las maravillosas trochas de la isla de La Palma (Canarias), me llevé varios sustos cuando se cruzaron en mi camino silenciosos excursionistas alemanes. Y tuve también desagradables sorpresas cuando una de las veces el grupo era de españoles, de quienes me enteré de todas sus impresiones, anécdotas y palabrotas preferidas antes de verlos aparecer media hora después.
¿Estaré exagerando? ¿Quizá no será que nosotros hablemos alto, sino que son los demás los que hablan muy bajo?
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