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lunes, 9 de febrero de 2009

A las diez en casa

SOCIEDAD

A las diez en casa

El Correo Digital 08-02-09 - ITSASO ÁLVAREZ | BILBAO

A las diez en casa

madre e hija. La hora tope de Nerea, de 16 años, es la una y media de la mañana, pero «se acaba alargando hasta las dos». / JORDI ALEMANY «Asume los noes, pero cada vez protesta más», dice la madre de Irene. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ Un grupo de adolescentes charla al resguardo de la marquesina de la plaza de Indautxu, en Bilbao, ayer por la tarde. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ

A las diez en casa

«Asume los noes, pero cada vez protesta más», dice la madre de Irene. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ

A las diez en casa

Ainhoa Villalonga y Laura Vaca, en primer plano, y June Ramos y Nerea Eguía, detrás. / B. AGUDO

A las diez en casa

Un grupo de adolescentes charla al resguardo de la marquesina de la plaza de Indautxu, en Bilbao, ayer por la tarde. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ

A las diez en casa

«No tengo hora». / L .A. GÓMEZ

Cuando los hijos empiezan a salir, se desata una revolución. Padres que hacen de taxistas, llamadas continuas al móvil, noches en vela, discusiones...

«El sábado vivo enganchada al teléfono. Le llamo y me tranquilizo»

El hada que se le aparece a Cenicienta le convierte una calabaza en carroza, unos ratones en pajes y los harapos en un vestido de gala. Y antes de mandarle a la fiesta, le dice: 'A las doce, en casa'. Imaginemos que la chica sale respondona:

  • -¡Jo, a mis amigas les dejan hasta la una!.

A muchos padres les llegaría ayer una respuesta como ésta, y a muchos hijos les espera hoy interrogatorio y jucio sumarísimo:

  • -¿A qué hora llegaste?
  • -A las seis.
  • -¿Y sin avisar?
  • -¿Qué querías, que llamara de madrugada? Vine a la misma hora que todos mis amigos.
  • -Aquí hay unas normas.
  • -Ya soy mayor...».

Los adolescentes albergan la ilusión de que la noche es suya, sólo para ellos, sin el control de los adultos, y se quejan si les hacen regresar cuando ésta «no ha hecho más que empezar». De niños, nos es obligado ir pronto a la cama. Un rito de paso a la edad adulta consiste en conquistar el derecho a dominar la hora de vuelta por la noche. Hasta alcanzar este punto, el toque de queda es el arma que baten los progenitores cuando sus hijos aprenden a arañar minutos de donde sea.

Según datos del Instituto de la Juventud, el 60% de las discusiones entre padres e hijos adolescentes se deben al horario de las salidas nocturnas del fin de semana. Las malas caras y el mal humor pueden durar días. Entre los 15 y los 16 años, la hora de vuelta a casa suele fijarse entre las doce y media y las dos. El gran salto se da a partir de los 17, cuando el porcentaje de chavales que salen los viernes y sábados llega al 46%. Entre los 19 y los 20 años, esta cifra sube hasta la mitad, mientras que desde los 22 son más noctámbulos y «cambian el día por la noche»; es decir, cuatro de cada diez se quedan en la cama hasta la hora de comer del domingo.

Cada hogar tiene sus pautas, pero la misma historia se repite cada fin de semana: padres que hacen de taxistas, llamadas continuas al móvil, noches en vela... «No bebas, no te drogues y cuidado con los chicos». Estas tres recomendaciones son las últimas que escuchan muchas chicas al salir el sábado.

A sus trece años, Ainhoa Villalonga, June Ramos, Laura Vaca y Nerea Eguía ya han hecho sus pinitos en el mercado inmobiliario. Hace unas semanas estuvieron buscando una lonja para alquilar. Sería el punto de reunión para toda la cuadrilla. Quieren conseguir un chollo como el que tiene «la prima de una amiga: 200 euros al mes por 37 metros cuadrados». En Internet se leen mensajes del tipo: «Somos siete chavales de 15 a 16 años, responsables y sin ganas de ruido. Sólo queremos una lonja pequeña por no más de 140 euros al mes». Las cuatro amigas confían en que si consiguen un local de este tipo, sus padres, al tenerlas localizadas, les dejarán volver más tarde de las 22.30.

Los sábados quedan sobre las cuatro en casa de alguna que tenga hermana mayor, «porque tiene más ropa que elegir». Hora y media después quedan con «los demás» -se juntarán entre 20 y 30-. El plan suele consistir en pasar parte de la tarde en la zona de Olabeaga («Olabe»), donde se reúne gente de su edad, o quizás en ir a Algorta y, antes de recogerse, cenar pizza, «o lo que den los cinco euros de paga». Ya en casa conectan el ordenador y entran en Tuenti y en el Messenger. De nuevo, juntas «a distancia». El domingo, una «va a misa» y otra «juega al tenis». «El resto, dormimos».

Los chicos, más

De todas las de su clase, son «las que antes» deben volver a casa. Los chicos de su grupo tienen «media hora más». Las once, la misma que Irene Vadillo, de 16 años. «Qué ridículo», se queja ella, aunque hace tiempo que parece haber asumido que el chantaje emocional no sirve y que las buenas notas son el único argumento que se acepta en casa, y no siempre, para alargar la hora. En su caso, como en casi todos, la 'negociación' de la hora se hace a cara de perro con su madre.

Ana Belén Álvarez piensa que más que estricta es responsable. «Alguna vez Irene me ha pedido ir a alguna fiesta a Algorta. Hasta ahora se lo he prohibido. Con 16 años tienen todavía tiempo de sobra para salir. Poquito a poco. Mi hija me suele decir que estoy desfasada, pero con todo lo que se ve...». Hasta la fecha, Irene encaja los noes «con sensatez, pero cada vez protesta más», reconoce su madre. Para las reuniones y salidas con el grupo 'scout' al que Irene está apuntada, Jaiotza, tiene más manga ancha.

Ebe Zeanuri, otra madre, no se explica cómo es que todos los sábados surgen «problemillas» en el metro de vuelta a casa desde Barakaldo. «Está petado y no entro en éste, llegaré más tarde», es la coletilla que emplea su hija Nerea. Y si no, se puede recurrir a un «no sé qué pasa, hay retrasos en los trenes», a «el siguiente no sale hasta dentro de media hora» o a un «es que a los demás les dejan». La ventaja es que sus padres conocen a sus amigos y también a las familias de éstos, por lo que la fórmula suele funcionar. Así y todo, Ebe vive «enganchada al teléfono desde las doce». «Ya sé que soy una pesada, pero a mí me tranquiliza hablar con ella. Le pregunto dónde está y le digo que se acuerde de que tiene que volver a la una y media... Y de paso, pongo bien la oreja para ver el ruido de fondo que oigo y la voz que tiene». «Total, no sé para qué tanto móvil, porque pueden decir que están en un sitio y a saber...», interviene Ana Belén.

Cuando Nerea empezó a salir por la noche y su madre veía que para ir a las discotecas «se vestía como para ir a una boda» y que al día siguiente colgaba en el Tuenti fotos de la juerga que no le gustaban un pelo, Ebe se recorrió un día las zonas de marcha de Bilbao y Barakaldo para saber a lo que podía atenerse. «Dios, ésta puede ser Nerea», solía pensar si veía algo que no le gustaba. Como ella, hay padres que se turnan para ir a buscar a sus hijos a discotecas y fiestas y no es raro verlos plantados con su coche frente a las puertas de locales entre la una y las tres de la madrugada.

Espera en el sofá

«A mí me suelen esperar en el sofá», confiesa Sandra Morante, quinceañera. «Una noche duerme uno y a la siguiente, el otro». Hasta el año pasado, en cambio, iban a buscarla a la estación cada vez que salía con las amigas. «Como para volver con un chico», se queja Sandra. ¿Entiende ella por qué sus padres se preocupan? «Sííí... Tienen miedo».

Sin duda, los temores a que ocurra algo son mucho mayores en el caso de las chicas que en los chicos, debido al riesgo de que sean objeto de una agresión sexual. «La respuesta de protección es lógica, pero también es verdad que el depósito de confianza en los hijos es la mejor manera de que asuman la responsabilidad de su propia seguridad», aconseja Enrique Arranz, catedrático de Psicología de la Familia de la Universidad del País Vasco. «El no a secas sin más explicaciones sólo vale para la primera época de la infancia, después es bueno que, una vez fijados los límites, haya discusión e incluso frustración de ese adolescente porque así entiende que las normas están para cumplirse», añade la psicóloga Pilar Benet.

Alberto Basterra, de diecisiete años, se sabe un «privilegiado por ser chico y tener hermanos mayores». No le piden grandes explicaciones en casa. «Anuncio el plan poco antes de irme -lo habitual suele ser ir a las discotecas de Barakaldo- y no tengo hora de llegada». A Janis Granadero (16 años), Cristina González-Quevedo (14) y Aintzane Comenzana (14), en cambio, les ha llevado varias semanas la negociación para poder asistir al concierto de 'Fondo Flamenco' en una sala privada de Bilbao y quedarse a dormir «en casa del hermano de Raquel», que vive al lado. Para entrar tienen que ir acompañadas de alguien mayor de edad. Irá el hermano mayor de Janis.

Envidian un poco a Érika Meléndez. Desde que se ha echado novio se ha vuelto tan formal que en su casa no le ponen hora. «La madre de uno de mi cuadrilla apareció el año pasado en el Casco Viejo. Qué vergüenza», recuerda la joven. «Lo que no puede ser es que con dieciocho años les abramos todas las puertas a nuestros hijos porque tienen la mayoría de edad. Es mejor empezar antes. Antes no contábamos las cosas a los padres porque sabías que, fuera lo que fuera, no te iban a dejar. Pero ahora, si les tiras de la lengua un poco te lo cuentan todo», considera Mari Jose Martínez, la madre de Janis. «Si son unas niñas».

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