La calle, esencia de la ciudad, es de todos y a todas horas puede ser transitada. Porque la calle no tiene propietarios, potencialmente nos pertenece a todos pero materialmente no tiene un poseedor determinado, es tanto el símbolo como la carne de la democracia.
Sin calle, pues, no hay democracia.
Sin embargo, una turba de señoritos la ocupa sistemáticamente los fines de semana sin que nadie les plante cara con seriedad.
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