OCIO | En las zonas de marcha
Los guardianes del ruido
- Diez mediadores recorren las zonas de marcha de la capital pidiendo silencio
María Martín | Sergio Deustua | Madrid
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ... Seis petardos seguidos retumban un sábado a la una de la madrugada en la plaza de Chueca. La gente corre y grita al ver la mecha y hasta un policía de paisano se acerca y amenaza con su placa a la joven con gorra que se parte de risa mientras la multitud, que tiene el botellón montado en los portales, teme por sus tímpanos.
"Tú, chula, a la próxima te meto 3.000 euros de multa", le advierte el agente sin soltarle el brazo. No habrá próxima porque la broma no ha hecho gracia, pero a los vecinos que se asoman en bata al balcón ya les da igual. La noche, como siempre, va a ser movidita.
Esther, que al ver la escena se ha llevado las manos a la cabeza, es una mediadora social que desde el fin de semana pasado pide silencio en las zonas de marcha más ruidosas de la capital (Tribunal, Malasaña, Chueca, Huertas y la Latina). Acaba su jornada y los petardos se le escapan de las manos, pero lleva toda la noche lidiando con cierto éxito contra los decibelios.
Junto a ella, otros nueve mediadores de la ONG Controla Club se vuelcan en explicar a la gente y los dueños de los bares que es posible divertirse sin molestar como parte de una campaña encabezada por la asociación de empresarios de ocio nocturno Noche de Madrid, el Ayuntamiento de Madrid y la Asociación de Fabricantes de Bebidas Refrescantes Analcohólicas (ANFABRA). En la mayoría de ocasiones los mediadores, al menos, crean debate. En otras, se enfrentan a borrachos o fumadores enfurecidos que lo último de lo que quieren oír hablar es de limitaciones. El trabajo no es nada fácil.
El sábado comenzó para ellos a las nueve de la noche. Un par de mostradores en la plaza y el uniforme azul les identifican. Arrastran todavía la noche de trabajo del día anterior: un viernes en Tribunal hasta las cuatro de la mañana. "Ayer fue una locura, había muchísma gente por todas partes. Esperemos que hoy sea más tranquilo", suspira Jorge Gregorio, uno de los colaboradores que invita a los curiosos a rellenar una encuesta sobre las molestias del ocio nocturno.
El método de los guardianes del ruido huye de enfrentamientos, prohibiciones o regañinas. Tienen las de perder si no concilian. Lo que hacen, además de informar de la campaña a los encargados de los locales para que colaboren a mitigar el escándalo, es irrumpir entre los grupos que beben y fuman en la calle con un cartel que reza "Diviértete sin molestar".
Una vez rodeados aguardan reacciones. "Nos sentimos aludidos", responden a Esther varios veinteañeros que hacen botellón bajo los balcones de la calle de la Libertad. La mediadora busca encender el debate. "Nosotros intentamos hacer ruido, pero en el nivel en el que estamos hablando no creo que la señora de ahí arriba tenga por qué molestarse. La calle es de todos.", replica uno. "Ya, pero si saliese a llamarnos la atención nos iríamos", aplaca la chica del grupo.
Una hora después, con la acera llena de chavales, caerá un cubo de agua desde una ventana de ese edificio. "Cuando vienen a vivir aquí saben que esto es una zona de marcha. Tirarnos agua no son formas", carga contra los vecinos un joven cabreado que se resguarda en el portal.
"¡Vengo a vivir aquí porque me sale de las narices y estoy harta de tener a siete tipos liándomela en el portal todos los días!. El problema ya no es el fin de semana, es que entre semana me levanto a las siete de la mañana y aquí no hay descanso. Llamo a la policía y me dicen que los salvajes de mi portal no son una emergencia, ¡ya es hora de que se tomen las medidas y se pongan las multas oportunas!".
Isabel, una vecina de la calle Barbieri, no quiere salir en cámara pero su chorreo puede escribirse bien clarito. La treintañera responde a los que no entienden que quiere dormir y que pagó mucho dinero por su casa como para tener que convivir con el ruido permanente. La iniciativa de la concienciación le parece estupenda, aunque ella, "harta", aboga por las multas que saquen a los chavales de su barrio de una vez.
Pero los jóvenes no son los peores. Esther, sin saber lo que le espera, se acerca decidida a un grupo que, pasado de cervezas de lata, cumplió hace años los cuarenta. La joven, también actriz, interrumpe la conversación con su cartel y uno de los hombres le clava torpemente un dedo en la frente.
"¿De qué qué vas? ¿Estamos aquí sin molestar y vienes tú a decirnos lo que tenemos que hacer? Por mí puedes largarte de paseo, bonita", le grita otro perdiendo el equilibrio y las formas. No le da tiempo a recuperarse de la bronca cuando, cinco minutos después, la mediadora repite la estrategia con una señora que parecía pretender que todo el barrio escuchase su última anécdota. Enseguida una mujer se le echa encima como un perro de presa: "¡Ni se puede fumar, ni se puede beber, ni se puede salir, ni se puede gritar! ¡Respétanos que vamos andando por la calle!, ¿vale? ¡Que ya está bien!".
"Esto es lo que pasa cuando la gente entiende nuestro mensaje como una prohibición, que la pagan con nosotros. Con el ruido, como con todo, hay que informar y concienciar y no multar y ordenar", opina Esther tras digerir la bronca.
El experimento de la concienciación se mantendrá en las calles hasta finales de febrero, pero cuando los jóvenes mediadores se vayan entrarán en escena los agentes y técnicos municipales. La nueva ordenanza del ruido de Ana Botella que traduce molestias por multas está a punto de aprobarse y no entiende de debates ni de carteles.
1 comentario:
En un pueblo de Ávila que se llama El Tiemblo, de unos 5000 habitantes, también hay un grave problema de ruido nocturno por culpa de la discoteca que no para de berrear música con las puertas abiertas hasta las siete de la mañana.
Publicar un comentario