NUEVO: REVISION 2013 MAPA RUIDOS CASTELLON

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viernes, 24 de junio de 2011

Sant Joan y el ruido

 

¿Cuándo decidimos que la fiesta de Sant Joan sería una bacanal de ruido y de estridencia?

La Vanguardia| 24/06/2011 - Pilar Rahola Pilar Rahola

image Año tras año aumenta mi incomodidad con la fiesta de Sant Joan. Y no hablo lógicamente de cuestiones trágicas, como las terribles muertes del año pasado, o las intoxicaciones que se produjeron hace años. Estas son circunstancias de otra dimensión, cuya gravedad las convierte en temas centrales, pero que no son intrínsecas a Sant Joan. Muy al contrario, este artículo tiene una vocación más humilde y no dispara tan alto. Aunque también está implicada una manera de entender la salud colectiva. Hablo, como otras veces en estas fechas, del ruido. Y reconozco que al principio Sant Joan me gustaba: el simbolismo del fuego, la belleza del solsticio, la noche... Pero de la misma manera que me seducen los aspectos míticos de la fiesta, no soy capaz de resistir –y cada año menos– su derivada atronadora. ¿En qué momento decidimos que Sant Joan sería una bacanal de ruido y de estridencia? ¿Cuándo pasamos de disfrutar de una fiesta colectiva, con las hogueras en los barrios y los vecinos compartiendo la coca –paisaje amado de la infancia de muchos de nosotros–, a ser un apocalipsis del trueno? Y la respuesta, si existe, se pierde en elucubraciones sociológicas de las cuales no tengo el diccionario.

Quizás tenemos pánico a la soledad, y el ruido nos acompaña en esta vida colectiva que ha olvidado la conjugación del verbo compartir. O tal vez, más gente quiere decir más ruido, más ruido quiere decir más fiesta y más fiesta quiere decir menos miedo. O no son nada más que modas que se imponen con la fuerza de los hechos consumados, y después nadie les pone el freno. Es cierto que la gente del Mediterráneo formamos parte de una cultura ruidosa, y el festival de petardos de la Valencia fallera sería su apoteosis. Pero no se trata de preservar una tradición concreta, sino de una auténtica comodidad en la estridencia, como si el silencio fuera un vacío insuperable, la puerta del pánico.

¿Exagero? Podría ser porque reconozco mi alergia a los petardos más ruidosos y los días que giran alrededor de Sant Joan son, para mí y para muchos de los que amo, una auténtica tortura. Mis animales, por ejemplo, sufren horrorosamente y no saben dónde esconderse del pavor que los agarra. Pero también es insoportable para muchas personas mayores, especialmente aquellas que viven en casas bajas en los centros de los pueblos, y para muchos que sin tener una edad avanzada no entendemos que disfrutar de una fiesta sea dejar el tímpano medio destruido. Claro que personalmente tampoco entiendo que la verbena sea un homenaje al alcohol, y cuántos jóvenes no acaban tirados semiinconscientes en las playas catalanas... Al final es una cuestión de equilibrio entre el petardo y el trueno, entre el beber y el hincharse de alcohol hasta reventar, entre la fiesta y el descontrol. El problema es que el exceso de unos –ruido incluido– contamina la fiesta de todos.

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