OPINIÓN ARTICULOS
¿No será este fenómeno una consecuencia de factores educacionales y familiares y no sólo de modelos aprendidos en nuestra cultura, que festeja las fiestas con alcohol?
GASPAR MEANA
Está anunciada para mañana una manifestación en Gijón para protestar contra el botellón y exigir al gobierno municipal una normativa que lo regule. Vecinos, comerciantes y hosteleros de la zona centro están hartos de ver cómo todos los fines de semana se suceden borracheras, comas etílicos, vomitonas, voces y gritos por doquier, peleas, destrozos del mobiliario urbano y deterioro de la convivencia.
En primer lugar, voy a hacer una precisión terminológica. Podemos definir botellón como: «una reunión masiva de jóvenes, en espacios abiertos de libre acceso, para beber la bebida que han adquirido previamente en comercios, escuchar música y charlar». Ateniéndonos a esta definición, me parece que, a priori, el botellón no tiene por qué ser en sí un problema. Lógicamente, si los amigos que se reúnen para beber no son menores de edad, si después de haber degustado los tragos recogen los envases y todos los desperdicios y se comportan de una manera cívica, respetando el mobiliario urbano y guardando las formas elementales de la convivencia, el problema no es el botellón, sino la educación y el comportamiento de algunos grupos violento. A la sombra de estas reuniones masivas, dichos individuos no usan sino que abusan del alcohol y otras drogas, como la marihuana, el cannnabis, la cocaína, el éxtasis, el cristal y un largo etcétera, que, mezcladas con ingentes bebidas alcohólicas, les hacen sacar lo peor de sí mismos. Pero no todos los jóvenes que hacen botellón son violentos, por lo que el problema es de cultura y no únicamente de orden público. El alcohol es una droga utilizada en nuestra cultura desde hace muchos siglos; por eso, no nos debe extrañar que los jóvenes se reúnan para beber; simplemente están adaptando a los nuevos tiempos nuestras costumbres mas antiguas. La tradicional vinculación entre diversión y bebida aparece como una de las razones fundamentales por las que se lleva a cabo esta práctica.
Una segunda razón es lo caro que es ir de copas. Los adultos nos podemos permitir -y no todos- ir de bar en bar y tomarnos unos vinos, unas botellas de sidra o unos cubatas, Pero, como digo, salir una noche de marcha es caro y mucha gente adulta ni siquiera puede hacerlo todos los fines de semana. Los jóvenes -muchos de ellos estudiantes de Secundaria y universitarios, o en paro- salen con la paga que les dan sus padres y familiares y que, obviamente, no les llega para ir de bar en bar. Pero quieren y necesitan estar en grupo, relacionarse, bailar y conocer a otros jóvenes para establecer vínculos, sean amorosos o amistosos. El botellón es propicio para conocer a otros chavales de la misma edad. Ese es el objetivo fundamental. Utilizan la bebida para desinhibirse, acercarse a gente que no conocen, superar la timidez y, con la euforia que acompaña a la ingesta de alcohol, entablar conversaciones con otros para seducir, ligar y establecer nuevas relaciones. La tendencia a estar en grupo es ancestral. En los años 60 y 70 se hacían guateques y en los 80 nos reuníamos para beber litronas. La diferencia estriba en que no bebíamos de forma neurótica hasta la extenuación y no nos daba por destrozar lo que encontrábamos a nuestro paso. Ahora bien, ¿los jóvenes hacen botellón por que quieren? ¿Hay ofertas de ocio suficientes los fines de semana? ¿Si tuviesen locales apropiados para reunirse con sus amigas y amigos estarían en la calle? ¿No será el botellón una consecuencia de factores educacionales y familiares y no sólo de modelos aprendidos en nuestra cultura, que festeja las fiestas con alcohol?
Dado que el asunto es muy complejo para desmenuzarlo en este artículo, voy a centrarme en los factores educacionales y familiares que llevan a ciertos jóvenes a abusar del alcohol, desinhibirse hasta el paroxismo y romper la convivencia sin respetar nada ni a nadie. Decía una frase atribuida a Pitágoras: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres». Pues bien, el problema de esta generación botellonera es educacional. La educación ha fracasado cuando cada vez son más los que empiezan a beber en edades tempranas, actúan de forma violenta y se saltan las normas. Creo que los jóvenes tienen los padres más permisivos de la historia y, sin embargo, esto no se ha traducido en una juventud más libre y feliz. Hay una falta de autoridad por parte de los progenitores (amenazan a sus hijos con castigarlos si no cumplen las normas, aunque luego no hacen nada) que lleva a que muchos de ellos ya no sean un modelo o un ideal al que admirar. No les marcan caminos y valores claros con los que orientar sus vidas, entre otras cosas, porque ellos tampoco saben adónde van. Las leyes y, en general, las normas van dando tumbos, y eso hace que muchos jóvenes no las interioricen. Las leyes proporcionan a los menores muchos derechos y pocas obligaciones y deberes, por lo que unas veces las obedecen y otras, no. El comportamiento infractor no obedece a un plan diseñado previamente, sino que es fruto del estado de ánimo del momento, del trato que reciban por parte de los adultos, los controles, la vigilancia y la presión del grupo en el que se muevan. La educación ya no se recibe solamente en la familia, en el colegio o en el instituto, sino que la mayoría de los jóvenes están más influidos por los medios de comunicación, la televisión o internet que muchas veces muestran lo contrario de lo que les decimos los padres y los profesores. Están instalados en la inmediatez de los resultados, en conseguirlo todo de manera fácil. El hedonismo entre ellos ha llegado a un nivel que no soportan el mínimo sacrificio y apenas toleran la frustración, lo que les hace ser más indisciplinados.
En consecuencia, no podemos culpar sólo al Ayuntamiento -y a la falta de una normativa al respecto- del comportamiento incivil de los jóvenes, sino que la responsabilidad es de todos. Debemos educar en la salud, aceptando que las drogas siempre han estado y estarán con nosotros, y que el ser humano buscará el placer y huirá del dolor. Alterará su conciencia para escapar de la frustración y de la angustia existencial. Lo cual no implica no respetar a los otros. Deben conocer los límites de su conducta y tener una información exhaustiva de los daños que causan las drogas, eligiendo y valorando, para que exista una convivencia pacífica entre personas civilizadas.
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