Columnas / la alberca
Tres puñales
Indiferencia de quien legisla contra un botellón y, sin embargo, lo permite. Traición y acero frío contra los inocentes
Alberto García Reyes
En la baladilla de Rafael de León venía escrita esa sentencia: «He comprao tres puñales para que me des la muerte». El primero, indiferencia. La indiferencia de quien legisla en contra de un macrobotellón y, sin embargo, lo permite. La indiferencia de quien pasa por delante de una faca recién afilada y mira para otro lado porque allá cada cual con su destino. La indiferencia de quien enumera al muerto para convertirlo en simple estadística. La indiferencia de ese neuma de hombros encogidos y a vivir que son dos días. Ese primer puñal de indiferencia es el símbolo de la desprotección en la que vivimos todos. Ha muerto un chaval, otro más, con el corazón abierto en dos por la hoja de un puñal y en un rato, en cuanto haya pasado la vorágine informativa, ya estaremos hablando de cualquier minucia cotidiana. Y no vamos a preguntarnos siquiera por qué hay tantos puñales al aire en las vidas aún incipientes de jóvenes sin progreso. Esa puñalada nos la llevamos puesta y parece que no nos importa que nos la curen. Si hay navajas al viento, nuestra única solución es rezar para no estar allí cuando decidan atravesar carnes inocentes.
«He comprao tres puñales para que me des la muerte». El segundo, de traición. Traición a quienes ya no saben qué más hacer por fomentar la convivencia y se cruzan, sólo por azar, con un venero de sangre camino del tanatorio. Traición de navajazo trapero de los que se lavan las manos ante la violencia imparable que habita las calles. Traición a los ciudadanos que huyen del peligro pero no encuentran el camino. El segundo puñal de traición es el paradigma de la indefensión a la que asistimos, como si un espectáculo teatral fuera la vida, mientras los delincuentes presumen de mil garantías. Es un puñal de condenas que quizás se ajusten a derecho, pero que no son justas para la ley del sentido común. De eso saben mucho los padres de Marta, aferrados ya a la brutal injusticia de la «justicia carcelaria» para alcanzar el alivio que les niega la oficial. Ya lo vaticinó el juez Calatayud: «En este caso se impondrá un castigo, pero no se hará justicia».
«He comprao tres puñales para que me des la muerte». Y el último, acero frío. Frío acero que se adentra en nuestra inocencia, y hasta en nuestro civismo, cada vez que observamos el desprecio altanero de quienes apuñalan nuestro futuro y echan serrín en el charco de nuestras venas. Gélido acero cortante de este tiempo sin educación, sin respeto, sin normas y hasta sin leyes en el que siempre tenemos la sensación de que han vencido los malos y han sido vapuleadas las víctimas. Ese frío acero final nos provoca el escalofrío de saber que en este entorno sin valores que estamos construyendo la vida es sólo una anécdota. Matar es demasiado barato y vivir es un privilegio que te puede arrebatar un simple golpe de fortuna. Tres puñales. Nos están clavando tres puñales y no decimos ni ay.
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