Tribuna
Hoy día, el ruido se considera un importante problema medioambiental, particularmente en las áreas urbanas
La Opinión de Málaga – 12-05-11 - JOSÉ M. DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ
En la película La vida es bella, uno de los personajes, adicto a las adivinanzas, queda obsesionado por la difícil resolución de una de ellas que, más o menos, creo recordar, venía a decir lo siguiente: «Si pronuncias mi nombre, desaparezco». Sin embargo, en la vida real muchas personas no tienen ni siquiera la opción de plantearse ese acertijo porque, casi en ningún momento, conocen el silencio. Procedente de las más diversas fuentes, que se yuxtaponen o se relevan entre sí, en determinados entornos el ruido está instalado como un elemento estructural y permanente. Por supuesto, la voz humana no es imprescindible para llevar a cabo la desaparición de la quietud.
Desde hace tiempo, la noción de contaminación ambiental ha ido ampliando su espectro para dar cabida a manifestaciones que no necesariamente se concretan en un deterioro directo del medio natural o en un agotamiento de los recursos físicos. Hoy día, el ruido se considera un importante problema medioambiental, particularmente en las áreas urbanas, donde afecta a un gran número de personas.
En un estudio reciente publicado conjuntamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Comisión Europea (Burden of disease from environmental noise. Quantification of healthy life years lost in Europe, 2011) se avanza bastante más allá de las definiciones y clasificaciones, hasta llegar a cuantificar la carga de las enfermedades originadas por la contaminación acústica. Son diversas las fuentes de ésta que son objeto de consideración: transporte (tráfico rodado, aéreo o por ferrocarril), construcción e industria, emisores comunitarios (vecindad, radio, televisión, bares y restaurantes), y fuentes sociales y de ocio (conciertos al aire libre, fuegos artificiales… se mencionan también los juguetes, aunque no, por ejemplo, los teléfonos móviles).
Según el referido informe, en los últimos años se han acumulado pruebas que reflejan el impacto sobre la salud de la contaminación acústica: afecciones cardiovasculares, trastornos auditivos y del sueño, deterioro cognitivo y otros efectos perjudiciales. DALY («disability-adjusted life year», es decir, «año de vida ajustado en función de la disfunción») es el acrónimo del indicador utilizado para cuantificar el mencionado impacto: combina los conceptos de los años potenciales de vida perdidos como consecuencia de una muerte prematura y los años equivalentes de vida saludable no disfrutados por el hecho de tener una disfunción o un estado de salud deteriorada. Una exposición media al ruido exterior que no supere el nivel de los 40 decibelios (equiparable al ocasionado por una conversación normal) se considera una condición necesaria para no desencadenar problemas relacionados con la salud.
A través de una metodología adaptada para cada una de las perturbaciones seleccionadas, se concluye que el coste del ruido ambiental en los países de la Unión Europea se sitúa entre 1 y 1,6 millones de DALYs por año. De dicho total, un 56% es imputable a los trastornos del sueño, un 36% a los efectos negativos generados sobre el bienestar individual (ansiedad, insatisfacción, depresión…), un 4% a dolencias cardiovasculares, un 3% a un deterioro cognitivo de los niños y un 1% a las alteraciones auditivas.
Sobre el conjunto de la población europea de 15 años o más (344 millones de personas), el límite superior señalado arroja una aparentemente modesta media de 1,7 días por persona (al año). No obstante, aunque sea simplemente con fines ilustrativos, y de una manera tosca, una cifra de 1,6 millones de años equivale a la duración de las vidas completas de 20.000 personas que alcancen los 80 años de edad.
Particularmente quienes valoran la quietud es probable que aplaudan que se rompa el silencio sobre una cuestión que puede llegar a afectar enormemente, y, a veces, dramáticamente, a muchas personas acostumbradas, en su vida cotidiana, a sufrir en silencio sonidos no deseados.
Al menos teóricamente, somos dueños de nuestro propio silencio, pero en numerosas ocasiones nos convertimos en esclavos del quebrantamiento que del suyo decidan hacer otros. Más de una vez, cualquiera puede encontrarse añorando, aunque sólo sea por un instante, alguno de los versos de T. S. Eliot: «Tras hablar, las palabras alcanzan el silencio», cualidad ésta que algún forzado oyente desesperado puede que no logre encontrar en ruidos que estime inextinguibles.
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