Indignados, una lección de democracia para el mundo
Cuarto Poder - 22 mayo 2011
Jóvenes españoles protestaban, ayer, en el emblemático Washington Square Park de Nueva York (EEUU), en solidaridad con el movimiento 15M. / Miguel Rajmil (Efe)
Pasé por la Puerta del Sol de Madrid para ver cuánta gente se había reunido y hube de sortear a un grupillo que, sentados en el suelo, se preparaban para el botellón de los jueves por la noche. Pensé, “vaya hombre, ya la van a fastidiar los memos de siempre. Por este grupo de insensatos la van a pagar todos los demás”. Y me fui a la cama resignada a dormir con esa agria impresión de pre-fracaso. Debilidad.
Pero no pude dormir. De modo que pegué los ojos a la pantalla del ordenador, rastreando noticias por todas partes: el directo que ofrecía cuartopoder.es y la búsqueda compulsiva en la red me fueron confirmando que los indignados han sabido organizarse y poner orden, salvaguardar, en suma, el valioso esfuerzo en el que están. Con palabras, han ido trabajando para convencer a los que querían exhibir pancartas políticas en la jornada de reflexión, a los sedientos que querían juerga de jueves y viernes, a los amantes del río revuelto, quemados ya para emprender ninguna batalla. Resolución.
Los Indignados tienen comités de acción, para barrer la plaza, recoger basuras, ordenar trastos, repartir la comida, el agua, lo que haga falta. Comités de respeto, para evitar las zarabandas provocadoras, las soflamas insultantes. Por la megafonía, han organizado pequeños actos informativos, divulgativos, culturales en carpas improvisadas. La sensación de que cualquiera que quisiera decir algo podía hacerlo con la única censura de su propia sensatez. Confianza.
Los Indignados han sabido exportar el buen producto que están construyendo con trabajo y con fe en el futuro que pueden ellos forjarse. Emociona constatar lo bien que lo han hecho, la difusión que se ha multiplicado geométricamente por todo el mundo, como cuenta Luis Díez en cuartopoder. La confianza está con ellos, la confianza y saber que es justo lo que reivindican; eso y la generosidad de hacerlo para los demás, no sólo para sí mismos. Como dice Herta Müller, retorciendo la frase de Pablo de Tarso, “que cada cual aguante el peso del otro”. Solidaridad.
Me emociona lo bien que lo han hecho. Que hayan sabido renunciar al romántico ideal revolucionario clásico, tan poco productivo, tan contraproducente. No es que vaya yo ahora a desprestigiar la memoria del 68, pero es que este otro mayo, el del 2011, me parece superior, primero, por ser contemporáneo, segundo, por su concentración en perseguir una meta clara, lo que le aparta de la pura poesía revolucionaria. Esa queda en los corazones, íntimamente arrullada. Algún cincuentón ha comentado que estos chicos son demasiado ordenados, poco revolucionarios. Quien dice eso no sabe lo que supone, de verdad, una revolución. Tras el 68, las aguas volvieron a su cauce, tras aparentes pasos de gigante: las sociedades occidentales recularon, porque la codicia hace recular con gran facilidad, como una cinta de goma estirada al máximo, vuelve más deprisa aún a su primer estado, fofa y pequeña. Preparación.
Por eso, y por mucho más que me siento incapaz de expresar sin que mis palabras queden muy por debajo de su ejemplo, me uno de corazón y mente a esta generación espléndida de españoles que están hablando a favor de mejorar nuestro pobre país maltratado desde tiempos inmemoriales, y lo que es más, de sacudir la democracia -adormecida en favor de los depredadores – para que resurja renovada, fresca. Hasta la próxima vez, ya que de eso se trata. Convencimiento.
Capítulo aparte, la prensa. La cicatería de los que persiguen otras metas, los que han olvidado por qué se hicieron periodistas cuando eran jóvenes, a los que este movimiento ha pillado con el culo al aire. A mí me ha enseñado a leer mejor los titulares, y a leer entre líneas, como hacía tiempo que pensé que ya sabía. Sí, jornada de reflexión, o mejor, jornadas de reflexión, muchas, las que haga falta. Todas. Lección magistral.
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