Mismos problemas, semejantes causas (El blogger)
Contaminación acústica: al que no quiere reggaetón, tres tazas
El ruido está más bien relacionado con la pérdida de valores en la sociedad de la isla, especialmente la mentalidad de sálvese quien pueda y la consiguiente falta de consideración al prójimo.
Rolando Cartaya/ Especial para Martinoticias 23 de mayo de 2011
Foto: REUTERS/Desmond Boylan
La contaminación acústica es parte de la vida moderna. Hasta ahora es inevitable el ruido que producen los autobuses, los aviones, los equipos de construcción y otras fuentes Pero esas no son las fuentes de altos decibeles que han agudizado el problema en Cuba a tal grado que el gobernante Raúl Castro lo abordó en su informe al Congreso del Partido Comunista mencionando “el ruido innecesario a que se nos somete en cualquier lugar y la necesidad de combatir la chabacanería que hay en este país”.
Ese ruido está más bien relacionado con la pérdida de valores en la sociedad de la isla, especialmente la mentalidad de sálvese quien pueda y la consiguiente falta de consideración al prójimo, y se expresa principalmente en la gritería y en la música puesta a todo lo que da.
De que los cubanos hablamos alto me di cuenta en los primeros meses de haber conocido a mi esposa, que es colombiana, y se la pasaba preguntándome por qué le estaba peleando. Hasta que entendió que los cubanos hablamos así. Y yo no soy de los cubanos que más alto hablan. Pero eso es muy diferente a hablar todo el tiempo a grito pelado.
En una reciente crónica de Cubanet titulada Ruido y especulación el periodista independiente Jorge Olivera Castillo señala que hablar a gritos es ya una costumbre generalizada entre los cubanos. No importa molestar al vecino o a los transeúntes con frases vulgares, pues el asunto es comunicarse a grito limpio, una costumbre que las nuevas generaciones ayudan a cimentar en las calles, escuelas y hogares.
Y dice Olivera que hoy se recogen los frutos de un experimento de adoctrinamiento comunista que resultó una caricatura de los postulados que se proclamaron en los comienzos de la era revolucionaria.
Pero el autor señala que el ruido ambiental que agrede y mortifica no sólo parte de las cuerdas vocales de cientos de miles de personas, porque también potentes equipos de música continúan sembrando el pánico en edificios, barriadas y hasta dentro de los automóviles de alquiler.
Continúa diciendo Olivera que ser apabullado por el reggaetón es algo cotidiano, y que es raro el día en que no se padecea uno de esos ataques sonoros. Ese ritmo—dice-- es el más utilizado en Cuba para aporrear los tímpanos de quienes aspiramos a una convivencia más humana.
Algunas consecuencias fisiológicas y sicológicas de la contaminación acústica y sobre todo del ruido no deseado que se encuentran en cualquier web sobre el tema son: irritación y agresividad, hipertensión, altos niveles de estrés, tinnitus, pérdida de la audición, trastornos del sueño y otros efectos nocivos.
El ingeniero cubano Luis Felipe Sexto trata el problema desde el punto de vista legal en Ruido, normativa y legislación en Cuba, y dice que el cuerpo normativo actual es insuficiente, y establece conceptos, procedimientos de medición y criterios para caracterizar ambientes afectados acústicamente; que no quedan establecidas las distintas situaciones de ruido que no necesitan medición para ser prohibidas, y que entre ellas, no se hace mención de la música a un nivel desmesurado.
Sexto lamenta que tampoco esté determinado en las leyes el alcance de las sanciones a los infractores, aunque advierte que la solución a largo plazo radica en el fomento de la cultura ambiental, la educación y el respeto a las reglas de convivencia.
Otra periodista independiente, Gladys Linares, dice en Se acabó el respeto, también publicado por Cubanet que los ruidos innecesarios y molestos son parte de la indisciplina social en que se vive en la isla, y que los ruidosos pueden ser los vecinos de los altos, de los bajos, de al lado o de enfrente. Para celebrar, añade, no puede faltar una botella de ron, y la música a todo lo que dé el aparato. Lo más preocupante es que cuando se les llama la atención, replican con frases como: “Hoy es sábado, mañana no se trabaja”, o “La acera es de todos, y la calle también”. Incluso hay hasta quien cree tener derecho a molestar, y dice: “Estoy en mi casa y puedo hacer lo que quiera”.
Gladys cita dos ejemplos: Inés iba a ver la novela brasileña, pero Rodolfo, en los altos, encendió la tele para ver la pelota en compañía de unos amigos. Cuando comenzó el juego, entre gritos, discusiones y brincos, a Inés le pareció que su techo se venía abajo.
Adrián, sobrino de Inés, le contó que invitó a una amiga a la playita de 16. para bañarse y conversar apaciblemente, hasta que un grupo de muchachones con grabadora al hombro y botellas de ron pusieron música de reggaetón que se escuchaba en toda la playa. Adrián y su amiga les dejaron ellugar a los escandalosos.
La autora dice que los que no se han montado en la carroza de la escandalera, se preguntan qué ha pasado con la educación de los cubanos, y suponen que la explicación, en parte, puede estar en las convocatorias del gobierno, a través de las escuelas y centros laborales, durante muchos años, a participar en actos de repudio y marchas del pueblo combatiente; escándalos y chusmerías.
Y concluye diciendo Gladys Linares que las nuevas generaciones han crecido acostumbradas, e instadas, a no respetar los derechos de los otros, a gritar consignas e insultos y a agredir física y verbalmente al que no esté de acuerdo.
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