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viernes, 13 de mayo de 2011

El sueño de cualquier dueño de un bar

Estampas de Cantabria

El sueño de cualquier dueño de un bar

Su momento apoteósico llega cada verano: un mar de cabezas que precisa de la colaboración de los visitantes

El Diario Montañés – 13-05-11 - JOSÉ AHUMADA

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No son aún las ocho de un sábado cuando doy el primer garbeo y la plaza exhibe su cara más familiar. Es posible que los chavales estén jugando ocho partidos de fútbol distintos a la vez mientras un niño con un patinete orbita sin parar alrededor de una de las farolas. De alguna manera se las ingenian para no chocarse. Los padres, tan tranquilos, charlan en grupos de tres, cuatro y cinco en esas miniterrazas que han brotado como setas mientras trasiegan vino y cerveza. «Pon que el Ayuntamiento tendría que poner una fuente aquí, porque me paso las tardes dando vasos de agua para los chiquillos», me dicen desde detrás de una barra con el amparo exigido del anonimato. «Hay una cerca, donde el templete», le recuerdo. «Sí, pero hay que cruzar, y como cagan ahí las palomas las madres no les dejan beber».

El verdadero Cañadío es el de por la noche y, en especial, el de una noche de verano. Es una gran forma de matar un día que ha empezado en la playa y ha seguido por la tarde con un helado en un banco. Entonces uno se planta ante un mar de cabezas y recibe esa impresión de encontrarse con un grandioso botellón, con la diferencia de que la gente es más mayor y con mejor pinta, no está tan borracha y no se agrupa en torno a una pila de bolsas del Lupa. Tampoco hay coches de alerones raros ni música alta. Hasta que llega ese momento apoteósico de cada año, que precisa de la colaboración de los visitantes, la clientela habitual ensaya cada fin de semana y va aumentando conforme el termómetro suma grados.

Cañadío nació porque sí. No era zona de nada. Un histórico de la hostelería -al que también le ha dado hoy por estar misterioso- recuerda cómo empezaron el restaurante homónimo y La Conveniente. «Era en los primeros 80. Al principio era más de vinos y tapeo, y las copas llegaron después. Más tarde abrieron el Canela, El Ventilador, el Tía María y el Blues». Entre todos lograron atraer a un tipo de gente demasiado tranquila para aguantar el ambiente sanferminero del Río de la Pila, de moda entonces. Era un tiempo en que aún se convivía con los coches, por lo general tan cutres que nadie se molestaba si se les daba uso como posavasos.

Aunque siguieron abriendo negocios, el verdadero bombazo llegó con la remodelación de la plaza en los últimos 90, que la hizo peatonal. También cayó el muro sobre el que se alzaba la calle Gómez Oreña y unió las dos alturas con unas escaleras con un ancho de peldaño ideal para ser usadas como grada. Cañadío se convirtió entonces en el lugar soñado para cualquier empresario de hostelería: la calle multiplicaba el aforo de los bares, siempre abarrotados, y la gente tomaba copas y resultaba lo suficientemente civilizada como para que no hiciesen falta gorilas. Convertida en nuevo atractivo turístico de la ciudad, podía reunir 3.000 personas sin problema.

Pero, poco a poco, pasó a ser la casa de Tócame Roque: en los momentos más locos se llegaron a organizar conciertos que duraban hasta las tantas de la mañana. Era tal el entusiasmo que nadie había reparado en que los vecinos vivían allí. Y se hartaron. Alfonso Díez, secretario de la Asociación de Vecinos de Cañadío, recuerda con orgullo cómo acabaron con el ruido. a base de ruido. Bocinas y sirenas comenzaron a interrumpir las actuaciones hasta que se trasladaron a horas más normales. Había comenzado la batalla contra el jaleo que ya se ha extendido a toda España y no termina.

Todo ying tiene su yang. En Cañadío y alrededores, el precio que se sigue pagando por unos fines de semana alegres es una marea de meadas y vomitonas que deja varados cientos de cachis de plástico y vasos de cartón de Coca Cola, mientras la baldosa porosa toma el color del suelo de un taller mecánico en los puntos de éxito. Es la peste del botellón que, huyendo de la persecución, se refugia en un terreno de vista gorda. Vecinos y hosteleros se miden ahora a un enemigo común.

Ya es madrugada en Cañadío. La noche es agradable y hay muchas más mesas y banquetas en la calle; no bastan para todos. Contrasta con lo vacío que está el bar dentro. ¿Crisis? «Hombre, algo se nota, pero sobre todo es lo de fumar. Todavía estoy esperando a que entren a los que les molestaba el tabaco».

Cañadío es la gran referencia del ocio nocturno en Santander. El centro de la ciudad reúne casi 250 locales dedicados a la hostelería.

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